viernes, 13 de febrero de 2009

El lugar parecía vacío. Se veían guitarras, ceniceros y un dejo tristeza.
Llegó para dejar su música y sus cuadros, unos que había imaginado una larga noche de soledad y llanto, esos que hubiese querido mostrárselos a él.
Dejó su bolso junto a la pequeña ventana que apenas dejaba entrar un poco de luz amarilla y algo seca, se hechó en ese incomodo sillón e inevitablemente una lágrima se deslizó sin motivo alguno, sin espera.
Quiso dejarlo todo en ese instante y caminó hacia sus fresias que gritaban de sed, mirando encandiladas su llegada y ese sol ardiente que no dejaba de quemarlas. Verdes, vivas, floreciendo; en cambio ella... tan seca por dentro, tan frágil.
Eligió unas buenas bandas y se recostó para disfrutar de los acordes que la llevarían de nuevo a ese viaje por la mente. El humo blanco nublaba el espacio, tapaba las manchas de humedad. Las de la pared y las de su alma, todo se tapaba de alguna forma.
Abrió la ducha. Cantó, como de costumbre, y observó por un rato su coraza en el espejo empañado. Empezó a despertarse y bailó desnuda por toda la pieza, se llenó de olores y de colores y volvió a subirse a su tren.
En plena paz alguien abrió la puerta, se prendió la luz y murió el silencio.
Entró con impaciencia, ansiedad, desesperación, gritos... como siempre lo hacía. Entonces la música se apagó, el humo blanco se hizo gris, las lágrimas se evaporaron en un segundo y ella se mostró tan viva como las fresias, para evitar palabras, para dejar que todo parezca armonía.
Asi siguió el día, las semanas, los meses. Esperando ser, esperando encontrarse, mirando las cuerdas con tremendas ganas de acariciarlas. Siguió, como todo sigue rutinariamente. Siguió.
Y ahora no sabe qué hacer con tanta desolación.



















martes, 3 de febrero de 2009


Pisoteando algunas voces hechas de papel crepé ando buscando verdades a la luz.
Y a la sombra.
Soy una gota más que cae, una nube más en este cielo de laberintos que busca despertar el verde de cada hoja seca, el canto de cada jazmín.
Sigo desnudando los vacíos renglones de todas esas palabras que no podemos ni debemos decir. Esquivando los dolores de cabeza y mirando la pared; recorriendo melodías y esperando... no se qué. Vierto mentiras, tapo traiciones, y ya mis pies pueden sentir la humedad de ese suelo en el que me entierro más y más, soportando el peso de tus ojos, de tu calma, que me aterra.
Sólo podemos mirarnos, cariño, e inventar nuestros pequeños bailes de disfraces. Allí, donde todo es tan fugaz. Donde todo es tan frágil.