viernes, 4 de marzo de 2011

Ciclotimia del demonio

Algo casi tan hiriente como la utopía de querer mantener la sangre templada, mientras sumergimos los pies en una bañera llena de rolitos.

Lo innato y perceptible, con náuseas y fiebre, vomita, desde ocasional hasta periódicamente, un líquido como el que circula por los vasos de las plantas.

Una emancipación prolongada de ira.

El escrupuloso círculo insiste en que seamos sus súbditos y recorramos incansablemente su línea, y lleguemos, y empecemos.

Y cuando gritan las orugas, instantáneamente después se llenan de color.

Brota, de forma algo enigmática desde la tierra de abajo de las uñas, una razón sinrazón que, totalmente viuda de conflictos, despierta con cautela las ramificaciones nerviosas en la yema de los dedos.

Y en los ojos, por qué no.

Es hermoso el aire…

El escandaloso, molesto y desafinado redondel se quedó sin sombra.

Y en alguna de esas rutas estrechas o inestables por las que viajó, dejó caer inconcientemente la absurda pero fatal idea de querer intentar sostener su forma perfectamente geométrica.

Qué bueno.

La puta madre

Descuidadamente me vuelvo tan efímera como el mismo aroma de los jazmines, ya amarillentos y secos al sol.

Con un poco de rencor guardado en los zapatos, intento despojarme de un imaginario secuencial que no para de poner en duda mis más deliberados deseos de desatar una cuerda podrida y sucia, empapada de una imperfección sublime, que procura llevarme a un rincón gastado, necio.

Las escamas de las manos se terminan escapando de mí.

Como cuando la música vibraba en mi ombligo, y algo tan simple como una melodía grave y chistosa dejaba caer en la alfombra una interrogación despreocupada, así quisieran mis gestos renacer.